Carta al espacio Diásphora
- Diásphora Psi
- 6 de set.
- 2 min de leitura
Rafaela Aguiar
Desde que me reconozco como un ser migrante, deseo que todos también reconozcan el ser migrante. Esa figura extraña que llega para habitar un lugar ya habitado, motivado por algo. Un otro que habla, piensa, actúa y vive diferente, que tiene rasgos distintos. Sorprende. Asusta. Fascina. Amenaza. Tanto que es preferible preguntarle “qué hacés acá” antes que “quién sos”. Un personaje perfecto usado por narradores que se adueñan de relatos migrantes, distorsionándolos y llenándolos de estereotipos. Así crean un modelo idealizado al que hay que adorar o como excusa para sostener patriotismos enmascarados.
Cuando digo que deseo que todos reconozcan el ser migrante, me refiero a todos, incluso la propia persona migrante. No nos reconocemos como esa figura extraña, ese otro que vive en un lugar ya habitado por otros seres que hablan, piensan, actúan y viven diferente, con rasgos distintos. Que también sorprenden, asustan, fascinan y amenazan. Tanto que prefiere decirles “vine por un sueño dorado” antes que “yo soy”. Un personaje que relata con vacíos y silencios que permiten lecturas distorsionadas y llenas de estereotipos, influenciadas por un narrador que se adueña de sus historias.
Es ahí donde debemos adentrarnos y adueñarnos de nuestra propia narrativa, llenando esos vacíos con nuestras historias. Para eso, debemos convertirnos en el personaje que construye su propio relato en una búsqueda de identidad que, si bien es única, no se construye sola. Mejor lo explica la escritora argentina María Teresa Andruetto con su arte de narrar: “Se trata de un relato que aprendemos mientras nos lo vamos contando y que se alimenta de innumerables relatos heredados, leídos, escuchados, porque hacen falta muchos relatos para poder construir nuestro relato.” Así, podemos contar, leer y escribir narrativas migrantes donde nos reconozcamos y nos reconozcan como tal.
En teoría, eso parece algo simple. Pero esos relatos están atravesados por dolores y angustias, a veces camuflados por aquellos sueños dorados, a veces sustituidos por aquellos silencios. Y eso no está a la vista en la narrativa. Son necesarios lectores —como ustedes en el Espacio Diásphora— que puedan leer entrelíneas de esa voz que construye un relato migrante reconocible. Por eso, les escribo esta carta con un deseo: que sigan por muchos más años acompañando a la persona migrante en la narración de esas historias.
Rafa Aguiar
Periodista y directora
de Ohlinda Escrituraa

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