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De la conyugalidad a la parentalidad

Actualizado: 2 feb 2022

Tainã Rocha


Las relaciones familiares y de pareja ocupan un lugar muy importante en la vida de las personas. Aunque muchas veces se trate la familia como una entidad estática, varios autores (Minuchin, S; Fishman, H. 2004; Andolfi, 1991) indican que se trata más bien de un sistema vivo que pasa constantemente por cambios a lo largo del tiempo. Dentro de un mismo grupo familiar vamos a encontrar momentos de transiciones que modificarán su sistema. Muchos de estos cambios se relacionan con los ciclos de vida familiar que son aquellas etapas por las cuales una familia atraviesa y que tienen que ver con eventos vitales que generan cambios en su composición y también en las relaciones entre los integrantes.


Carter y McGoldrick (1995) trabajan con esa idea de ciclo de vida familiar y identifican 6 momentos: 1) salida de casa de jóvenes adultos solteros, 2) nueva pareja, 3) familias con hijos pequeños, 4) familias con hijos adolescentes, 5) familias cuyos hijos son adultos y empiezan a salir de casa y 6) familias en el estadio tardío de la vida. En cada ciclo vamos a tener procesos emocionales de transición y cambios necesarios en el status familiar que posibilitarán la continuidad del desarrollo de su sistema. Estos procesos traen consigo momentos de crisis y el estrés familiar que suele ocurrir en los puntos de transición muchas veces “crean rupturas en este ciclo y producen síntomas y disfunción” (Carter, B; McGoldrick, M., pág. 11). Es necesario que haya flexibilidad en las familias para asimilar los cambios y actuar de modo adecuado a la nueva realidad, abriendo camino al desarrollo de sus miembros y de la familia como un todo.


La salida del grupo familiar de origen es vivida como un momento de afirmación del proceso de diferenciación, o sea, es cuando la persona empieza a descubrir elementos de la propia identidad que lo hacen singular, que lo diferencia del sistema familiar del cual proviene. Es cuando se comienza a pensar sobre qué aspectos del grupo familiar van a acompañarlo, cuales van a ser abandonados y cuales tendrán de ser inventados. Funciona como un marco porque es cuando se empieza a ocupar nuevos lugares, a construir los propios espacios y a establecer objetivos personales diferenciados del programa familiar de origen (McGoldrick,1995).


Cuando se empieza a construir un vínculo de pareja, ese aspecto de diferenciación también es llevado a esa relación. Tenemos dos sujetos provenientes de sistemas familiares diferentes y que van a necesitar formar juntos un sistema nuevo, distinto. Es común que en el período del enamoramiento se pongan en juego mecanismos que producen idealización y una ilusión de completitud, donde las individualidades dan lugar a un núcleo fundido: nosotros. Aunque por un tiempo la relación se dé a ese nivel, basadas en la negación de las diferencias, a medida que ganan intimidad y profundizan la relación, se inicia la construcción y formación de un sistema marital a partir del compromiso con ese nuevo sistema (McGoldrick,1995).


Después que una pareja inicia su vida juntos, el primer cambio importante es la llegada de un hijo. Al volverse padres por primera vez, se produce una transformación de la vida en pareja ya que a la función de cónyuge se suma la función de parentalidad. Este cambio produce cierta perturbación inicialmente, porque exige una adaptación muy grande y una reorganización tanto a nivel individual como de pareja. Necesitan crear espacio para el nuevo miembro de la familia, ocupar un nuevo lugar y asumir nuevas responsabilidades. ¿Cuáles son los impactos del nacimiento del primer hijo en la relación de pareja? ¿Cuáles son los desafíos existentes en la transición de la conyugalidad para la parentalidad?

La parentalidad marca la transición definitiva a la madurez, es un momento caracterizado por la asunción de una gran responsabilidad que se relaciona con el cuidado dirigida a una nueva generación (McGoldrick,1995). Es un momento de grandes cambios no solo en la organización de la rutina, sino que principalmente en el modo como cada miembro de la pareja se ve a sí y al otro, y el nuevo rol que tienen que asumir a partir de esa nueva modalidad de vinculación que es la parentalidad. Asumir ese nuevo lugar no es algo simple, en muchos casos hay una dificultad para ocupar esa posición y comportarse como padres para sus hijos. Eso puede tener que ver con una dificultad de ocupar el lugar de autoridad en un vínculo verticalizado debido a un exceso de identificación con el lugar de hijo/a. Eso crea un obstáculo para asumir la nueva identidad de padre/madre.


Leite (2018) apunta que hay una ausencia de preparación de los padres para lidiar con la realidad de la paternidad. El modo como el tema es tratado en nuestro contexto social muchas veces es idealizado y crea expectativas irreales, siendo importante “deconstruir esta visión, promover la paternidad adaptativa y las habilidades maritales, y motivar a los padres a vivir la experiencia de ser padre con entusiasmo y confianza” (Leite, 2018). En un estudio realizado por Duarte y Zoorden (2016) se constató que “en la transición a la paternidad, la conyugalidad y la satisfacción conyugal quedan como un trasfondo, sin embargo las parejas expresan la expectativa de que, después de un tiempo, volverá a ser lo que era antes, desconociendo una realidad: ser tres es diferente dos”. Es una expectativa que no se puede realizar porque hay una nueva configuración familiar completamente alterada por la llegada del nuevo miembro.


Con el nacimiento del primer hijo, podemos decir que una crisis esperada se instala. Esa crisis ocurre porque la llegada del bebe altera “el patrón diádico de interacción al que están acostumbrados, obligando a una rápida reorganización de sus vidas, en función de un sistema de interacción triádica, para incluir al nuevo miembro” (Leite, 2018). Además, la entrada en la paternidad muchas veces viene acompañada por una disminución de la intimidad y satisfacción conyugal de la pareja, eso porque inicialmente el cuidado del bebe exige una dedicación exclusiva, en nuestra cultura esa dedicación es dada principalmente por la mujer, lo que hace con que ese cambio afecte mucho más su vida que la vida del hombre.


Un estudio realizado por Wilkinson (1995) concluyó que la insatisfacción autoinformada del cónyuge aumentó significativamente más para las madres primerizas en comparación con los padres primerizos o padres y madres multíparos. Otro estudio encontró resultados que indicaron que durante la transición a la parentalidad, los padres conservan sus espacios más personales; mientras que las madres se sienten sobrecargadas al responsabilizarse por todas las demandas que implican este periodo (Pasinato y Mosmann, 2016). O sea, cuando pensamos desde una perspectiva de género, vamos a encontrar que la división de cuidados es desigual y que la llegada de un hijo muchas veces implica el abandono de la carrera profesional por parte de la mujer que asume completamente la identidad materna.


Según Menezes y Lopes (2007), el modo como se vive la transición a la parentalidad depende de la relación conyugal previa, o sea, sería la “calidad de la relación conyugal la que resulta decisiva en la forma de que la conyugalidad se conserve o no”. Estos autores también afirman que la transición por la que atraviesan las parejas, cuando tienen su primer hijo, no solo puede generar cambios negativos en su conyugalidad, sino que positivos también. Es decir, aunque implique un cambio importante, es posible que se produzcan efectos positivos en la relación conyugal como el aumento del compañerismo, de la confianza, de la intimidad y sentirse parte de algo más grande.


Ser padre y ser madre genera un cambio total en el sentido de la vida de los padres. Para transitar ese momento es fundamental que en la adaptación a la paternidad se pueda desarrollar una relación coparental, o sea, que la pareja pueda realmente compartir el cuidado con el bebe, posibilitando así la construcción de un modo particular de ser padre/ser madre en ese vínculo irrepetible. Cuando nace un bebé, nace también un padre/una madre que van a aprender a ejercer la paternidad en el acto, mientras caminan. La pareja necesita encontrar estrategias para lidiar con esa nueva etapa de la vida sin perder el vínculo conyugal. Es verdad que el nacimiento de un bebe exige mucha dedicación, cuidado y un esfuerzo de adaptación, pero es importante que ambos los roles puedan convivir sin excluirse, que se mantenga viva también la relación de conyugalidad a partir de la creación de momentos para la pareja.



Bibliografía

Andolfi, M (1991). Terapia familiar: un enfoque internacional. Buenos Aires: Paidós.


Carter, B; McGoldrick, M (1995). As mudanças no ciclo familiar: uma estrutura para a terapia de família. Porto Alegre: Artes Médicas.


Leite, M (2018). A experiência psicológica da transição para a parentalidade: estudo de casos. Disponible en: https://repositorio.ul.pt/bitstream/10451/37900/1/ulfpie053299_tm.pdf


Menezes, C; Lopes, R (2007). Relação conjugal na transição para a parentalidade: gestação até dezoito meses do bebê. Psico-USF (Impr.) vol.12 no.1 Itatiba Jan./June 2007. http://dx.doi.org/10.1590/S1413-82712007000100010


Minuchin, S; Fishman, H (2004). Técnicas de terapia familiar. 1ª ed. - Buenos Aires: Paidós.


Pasinato, L. & Mosmann, C. (2016). Transição para a parentalidade e a coparentalidade: casais que os filhos ingressaram na escola ao término da licença-maternidade. Avances en Psicología Latinoamericana, 34(1), 129-142. doi: dx.doi.org/10.12804/apl34.1.2016.09


Wilkinson, R. B. (1995). Changes in psychological health and the marital relationship through childbearing: Transiton or process as stressor? Australian Journal of Psychology, 4(47), 86-92.





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